Tiempo atrás les conté algo de la historia del «Camino Real«, ahora seguimos con los chasquis y las postas, el correo del virreinato y un poco más…
Los Chasquis de la Patria
Eran mensajeros que recorrían los caminos de la Patria, durante la guerra de la Independencia, herederos de sus antecesores indígenas, iniciadores de un sistema de comunicación que fue casi excluyente, cuando ni el caballo se conocía. Resistencia a la fatiga, mente despejada, fidelidad, confianza y reserva fueron atributos de los chasquis criollos que cruzaron los caminos de la Patria con mensajes y partes.
Agregaban a su destreza para cabalgar, su pericia en la técnica del viaje propiamente dicho y, desde luego, el conocimiento del terreno y la habilidad para interpretar las huellas, con lo cual sintetizaban, en uno, las habilidades del baquiano y del rastreador. No sólo trasportaban correspondencia, sino también dinero y mensajes importantes y secretos, confiados a su memoria y a su reserva inquebrantable, más dignas de fe que los pliegos lacrados que podían ser violados por enemigos, o por indios maloqueros, pero no su fidelidad y reserva. Además de los peligros de humanos que acechaban su paso como lo eran los salteadores, malones indígenas y partidas enemigas, afrontaban los que le oponía la naturaleza desatada en tormentas e inundaciones o desvastada por los incendios de los campos. Los chasquis tenían su apoyo, su complemento indispensable en las Postas, donde renovaban su cabalgadura y descansaban cuando las circunstancias se lo permitían.
Así, actuaron como un germen personalizado del periodismo: fueron verdaderas «gacetas ambulantes», como dicen los hermanos ROBERTSON refiriéndose a LEIVA, el correo por ellos contratado hacia 1815, para comunicarse entre Corrientes y Goya.
«Leiva, era un hombre formal, grave, imperturbable. Nunca parecía estar apurado y era al mismo tiempo el más exacto de los mensajeros. Funcionaba como máquina jamás descompuesta, era exacto a la manera de un reloj. Viajó con tiempo bueno y malo, llevando consigo, no solamente la correspondencia, sino monedas de oro en gran cantidad. Viajaba solo, en una distancia de hasta 150 millas (241 km) y nunca perdió una carta ni tuvimos un momento de inquietud por la suerte del dinero que enviábamos con él. Años después, Martiniano Leguizamón encontraría en su casa paterna al viejo correísta Leiva, que conocía las familias principales de Entre Ríos, «de cuyos secretos fue leal depositario en más de una ocasión». «Nada era capaz de detenerlo en el cumplimiento de su deber. Para él no había más que un anhelo y una preocupación: llegar a su destino en el día señalado. ¡Y ni el frío, ni el sol, ni los ríos desbordados, ni los peligros de los bosques fueron capaces de hacerlo faltar jamás!».
Destino | Procedencia | Distancia aproximada |
Tucumán |
Buenos Aires |
1193 km |
Córdoba |
578 km |
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Santiago del Estero |
159 km |
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Salta |
310 km |
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Jujuy |
332 km |
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Mendoza |
964 km |
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San Juan |
832 km |
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La Rioja |
388 km |
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Catamarca |
233 km |
En las Postas se sabía la hora precisa de su llegada y ya le esperaban con el caballo listo para proseguir el camino a galope tendido, con su inseparable valija de correspondencia en la grupa. Los habitantes del campo le reconocían desde lejos por los remolinos de polvo que alzaba en su precipitada marcha y cuando tenían necesidad de sus servicios, le salían al encuentro. Satisfecha la curiosidad o anotado el pedido en lo profundo de su memoria, seguro de que ya no la olvidaría, encendía un cigarrillo, apretaba la mano de su interlocutor, hincaba la espuela al caballo y volvía a emprender viaje a través de las llanuras, para perderse en seguida en la penumbra trémula de los montes (texto extraído del libro «Recuerdos de la tierra»). Por extensión se les llamó chasquis a mensajeros calificados, como el comandante Leiva, que viajó en nueve días de Catamarca a San Nicolás, para entregar un mensaje al general Urquiza, o como Calixto Ruiz Gauna, llamado «el gaucho Gauna», soldado de Güemes, que realizó la proeza de llegar a Buenos Aires galopando desde Salta, en sólo ocho días, para traer la adhesión del Cabildo salteño a la revolución de Mayo. El primer Gobierno Patrio quiso conmemorar esta hazaña dando el nombre de “Camino de Gauna” a la ruta seguida.
Calixto o «Calisto» Ruiz de Gauna Báez
Nació en la ciudad de Salta en 1748, del matrimonio conformado por Juan Calixto de Gauna y María Josefa Báez. Su niñez transcurrió en Cerrillos, su juventud en sus posesiones de Sumalao. Dedicado a las faenas rurales y al comercio con el Alto y Bajo Perú, logró formar una sólida fortuna y ser uno de los hombres distinguidos en el momento de producirse la Revolución de Mayo.
Finalizados su estudios, se dedicó al comercio con el Alto Perú, rubro por el cual se convirtió en una de las personas más influyentes de la época. Ocupando el cargo de alguacil mayor, el gobernador Nicolás Severo de Isasmendi lo convocó al Cabildo Abierto de Salta.
En virtud de los desempeños de Alguacil Mayor hasta el de Comandante de Milicias de la Intendencia, encontróse presente en el pronunciamiento del Cabildo salteño en la jornada del 19 de Julio de 1810, mediante el cual resolvía adherir a la nueva Junta de Gobierno surgida en Buenos Aires el 25 de Mayo, y que atrajo la reacción del Gobernador Don Nicolás Severo de Isasmendi que lo hizo apresar, junto a los demás cabildantes, en los altos del mismo edificio.
Ante tal situación es que, durante la noche se evadió y pudo así realizar la hazaña de cabalgar 352 leguas (1699 km) y llegar a Buenos Aires en sólo 8 días, para hacer conocer a la Junta de Gobierno lo que sucedía en Salta. Recibido de inmediato por dicha junta informó detalladamente los planteos formulados en su provincia y, luego de un descanso de sólo 24 horas partió de regreso con la designación del Coronel Dr. Feliciano Chiclana como Gobernador de Salta, con quien arribó a esta ciudad el 23 de Agosto de 1810. Si bien este esfuerzo heroico le mereció el ascenso a Teniente Coronel, también le costó una inflamación de las extremidades inferiores que lo mantuvo postrado en cama por espacio de tres meses.
No pudo luchar en la Guerra de Independencia debido a su edad, pero colaboró activamente con la causa de la independencia, lo que le valió ser nombrado por el general Martín Miguel de Güemes comandante de milicias. Cuando el general Güemes murió en el año 1821, Calixto se desempeñaba como alcalde de primer voto y Güemes como gobernador; como segundo al mando, fue nuevamente nombrado gobernador interino de Salta.
Contrajo matrimonio tres veces, primero con Manuela Niño, con quien no tuvo hijos, luego con Manuela Bárcena, con quien tuvo cuatro hijos, y por último con Francisca del Villar, con quien tuvo seis hijos. Falleció en las Costas en su estancia El Carmen de Peñalva, al norte de la ciudad de Salta, el 27 de enero de 1833.
La zamba «Calisto Gauna», se refiere a su cabalgata desde Salta a Buenos Aires. Poesía de José Ríos, música de Juan José Botelli y fue interpretada por el grupo folklórico «Los Fronterizos».
«Calisto Gauna»
Prendido a las riendas cortando caminos
Don Calixto Gauna galopando,
carga en sus alforjas un claro mensaje
y todo el coraje por la libertad.
Sus espuelas cantan en las medianoches,
mientras las estrellas lo miran pasar
lleva en su montura la dura tarea
de los que pelean por la libertad.
De Salta hasta Buenos Aires
tiene apuro por llegar
ya van ocho días de un solo galope
no afloja su trote por la libertad.
Que viva la Patria, gritaba su aliento
mientras galopaba con gran ansiedad
y por el paisaje de trescientas leguas
flamea su bandera por la libertad.
Curtido de frío de sol y de viento
Don Calixto desensilla ya
tierra de valientes sacuden sus notas
de esta larga posta por la libertad.
El servicio de correos tuvo su prueba de fuego en 1816, su aceitado funcionamiento permitió que la noticia de la «Declaración de la Independencia» se conociera en Buenos Aires en apenas nueve u once días, gracias a los chasquis o postillones (eran los mensajeros del antiguo imperio incaico).
Las postas, los jinetes a caballo del correo y los arrieros de mulas y carretas eran al intercambio de información y mercaderías de aquella época, lo que Internet y los camioneros a la actual: la red por la que fluían las noticias y el comercio.
Hoy es muy sencillo pensar en los medios de comunicación, pero para la época, transmitir una noticia de un pueblo al otro era realmente un desafío que pocos se animaban a enfrentar.
Sin embargo, siempre hay un héroe y en este caso fue el Teniente Cayetano Grimau (de apenas 21 años) quien se encargó de llevar la noticia de la Independencia hasta Buenos Aires, ya que el acta se había firmado en la casa de Tucumán. Convertido en chasqui militar, Cayetano partió a caballo y sin escolta. El hombre, con valentía de acero, cabalgó durante nueve días y llevó el documento dentro de un cuero de cabrito cosido y lacrado.
El chasqui de la Independencia.
En 1816, al día siguiente de la celebración de la Independencia en Tucumán, se decidió que esas Actas originales, que llevaban la firma de todos los congresales, debían llegar a Buenos Aires de manera inmediata. Y para llevar a cabo este fin se convocó a un chasqui llamado Cayetano Grimau. La orden fue atravesar el norte hasta llegar a Buenos Aires en el tiempo récord de quince días.
Cayetano Grimau y Gálvez (ayudante mayor del regimiento 8), tenía 21 años, y partió solo, a caballo y sin nadie que lo acompañara. Cuando llegó a Córdoba, decidió hacer un alto para recargar energías y descansar. El gobernador cordobés, José Javier Díaz, que estaba peleado con los de Buenos Aires, le ofreció que un soldado lo acompañara. Cayetano Grimau aceptó, aunque de mucho no servía, porque él tenía un sable roto para defenderse, y el soldado iría desarmado.
Siguió viaje y Grimau y su compañero se toparon con tres hombres, cuyo líder era José García “El Inglés” soldado de Artigas. El chasqui desconfiaba del trío que se le había aparecido, pero ellos le explicaron que llevaban correspondencia del gobernador de Córdoba para Artigas y los dos grupos continuaron su marcha juntos.
Hasta ahí, todo bien… ¿o no???
El robo en el “Camino Real”
En la mañana del 2 de agosto de 1816, todavía en Córdoba (cerca de la posta de «Cabeza de Tigre»), se toparon con una galera. En ella viajaba Miguel Calixto del Corro, diputado cordobés que llevaba una escolta personal de seis hombres armados.
El Inglés y Corro hablaron a solas. Mientras tanto, Grimau se bajó del caballo y se alejó para hacer sus necesidades. Estaba en eso cuando El Inglés García le puso un trabuco en la espalda –mientras otro lo amenazaba con un facón– y le ordenó que entregara los papeles. Ejecutado el robo, El «Inglés» y sus secuaces huyeron, con las actas en su poder.
El soldado que acompañaba a Grimau regresó a Córdoba (pues no tenía nada que custodiar) y Cayetano siguió a Buenos Aires a dar la mala noticia. Cuando relató lo acontecido, se armó un gran revuelo. Las sospechas apuntaban a Corro, que no había hecho nada para evitar el robo. Cuando las novedades llegaron a Tucumán, hubo fuertes enfrentamientos verbales entre los diputados cordobeses y el resto.
Pero nunca se probó quién se quedó con las actas. La única certeza de toda esta historia es que el acta de la Independencia jamás apareció. Lo que hoy se conserva, aunque mejor custodiadas que entonces, son fieles copias del original.
Se declara inocente a Cayetano Grimau y Gálvez.
El 8 de noviembre 1816, Cayetano Grimau, a quien le arrebataron las «actas de la Independencia», es declarado inocente de su sospechosa desaparición. La sinceridad del chasqui fue puesta en duda, pero, como se dijo, fue declarado inocente.
Y entonces, ¿qué pasaba con el resto del país?
Todos los demás se enteraron mediante copias del Acta de la Independencia que se enviaron a través de Chasquis. El Congreso imprimió 3.000 ejemplares, de los cuales la mitad estaban escritas en castellano, 1.000 en Quechua y 500 en Aymará, la lengua local.
La noticia provocó revuelo en el Gobierno porteño y en el Congreso. Las sospechas apuntaban a Del Corro, por su buena relación con los artiguistas y por su inacción durante el robo. En Tucumán hubo fuertes enfrentamientos verbales entre los diputados cordobeses y el resto.
A pesar de las imputaciones y de la investigación que se puso en marcha, nunca pudo probarse con certeza si fue Artigas quien se quedó con las actas. Aunque sí se halló una carta del caudillo dirigida al cabildo de Montevideo, el 18 de agosto, dos semanas después del robo. En ella, Artigas habla de una comunicación que viajaba a Buenos Aires y que fue interceptada por su gente en Santa Fe. Como menciona otra provincia, y no la de Córdoba, no ayuda a cerrar ninguna hipótesis. Y la única certeza de toda esta relación es que el documento más trascendente de la historia argentina jamás apareció. Lo que hoy se nos presenta como tal, son simples copias del original.