Chismes de Mayo de 1810
Napoleón invadió España encendiendo la chispa del proceso revolucionario nacido en resguardo de Fernando VII, pero despertando deseos de libertad Tres siglos de filiación española forjaron el patrimonio espiritual de los hombres que tomaron parte en el movimiento de Mayo de 1810. La Junta de Gobierno en Buenos Aires fue resistida por ciudades del interior, gestándose posturas antagónicas que habrían de perdurar en el tiempo.
El 25 de mayo de 1810 no había noticieros, no había móviles en vivo ni periodistas que relataran los acontecimientos. Nada quedó filmado por una cámara o captado por una máquina fotográfica. El rating por la mejor toma o el mejor reportaje no existía. Tan solo nos tenemos que valer de testimonios escritos y relatos orales, con el peligro de que puedan ser descripciones parciales del hecho, o más aún ser tendenciosamente analizados. Pero a pesar de ello, algo nos ha quedado: los mitos de la Revolución de Mayo.
Si bien muchos conocemos sobre la gran gesta que fue la Revolución de Mayo y que fue el inicio de la construcción de nuestra queridísima Nación, también muchos desconocemos datos, anécdotas, curiosidades, hechos vinculados al nacimiento de nuestra patria.
El aniversario de la histórica Revolución de Mayo representa una gran fecha para los argentinos ya que celebramos el «Primer Gobierno Patrio».
Las escarapelas
Desde hace unos años, quedó en claro que, durante la semana de mayo de 1810, los patriotas no usaron las escarapelas celestes y blancas. ¿Usaron algo? Sí, usaron distintos distintivos para reconocerse, pero no eran las cintas que hoy nos ponemos en los actos. Un testimonio anónimo de la época indicó que, el 22 de mayo, los patriotas fueron vistos con cintas blancas, mientras que el 23 con una rama de olivo en el sombrero. Los principales usuarios de estos distintivos fueron los miembros de la Legión Infernal, para diferenciarse de los simpatizantes de Cisneros. Mientras, el día 25, decidieron usar una cinta a modo de brazalete.
El apellido mal escrito
Juan José Paso es uno de los próceres que nos legó la Revolución de 1810. Destacado intelectual y hombre de Derecho, se volvió un personaje imprescindible de los primeros gobiernos, como secretario en la Primera Junta o como miembro de los Triunviratos, e inclusive diputado en el Congreso de 1816. Sin embargo, al parecer llevamos casi 200 años de historia escribiendo mal su apellido. El licenciado Alberto Passo es «chozno» del prócer quien, a través de distintas investigaciones, pudo saber que «Passo» se escribe con doble «SS». Lo que pasó con Juan José es que en el libro de bautismos de la parroquia Nuestra Señora de la Merced Juan Joseph Esteban, nacido en 1758, fue inscripto con una sola ese. El licenciado Passo logró nombrar a un colegio de Bahía Blanca con el apellido tal cual debió haber sido escrito.
¿Alguien quiere pensar en Güemes?
Una pregunta que puede hacerse en torno a la gesta de 1810 es dónde se encontraba el general Martín Miguel de Güemes cuando acontecía la Revolución. El historiador Juan Carlos Wayar nos dice que «Güemes para esa época estaba en Salta y era parte del Regimiento de Infantería, estaba en nuestra ciudad luego de las Invasiones Inglesas, de licencia por enfermedad y por qué había fallecido su padre». Del mismo modo, Wayar señaló que «cuando se da la Revolución, Güemes es puesto al mando de un escuadrón gaucho en la Quebrada de Humahuaca, perteneciente al Ejercito Patrio; en 1810 lucha y triunfa en la Batalla de Suipcaha, siendo este el único triunfo de las armas patriotas durante esta primera expedición».
¿Y qué pasó en Salta?
La noticia de la Revolución llegó a la provincia el 19 de junio. De inmediato se convocó a un cabildo abierto presidido por el gobernador intendente, don Nicolás Severo de Isasmendi. En un primer momento, se resolvió adherir a la Primera Junta y elegir al diputado para representar a Salta en la futura Junta Grande. Pero el nivel de discusiones y tensiones terminó con la decisión de Isasmendi de encarcelar a los cabildantes. Uno de estos, Calixto Gauna, logró escapar de prisión y viajar urgentemente a Buenos Aires a contar lo ocurrido. Regresó a la provincia el 23 de agosto, cuando se confirió a Feliciano Chiclana el mando interino. Recién el 29 se pudo elegir a Francisco de Gurruchaga como el diputado para la Junta Grande.
Los gastos del Cabildo Abierto
En su libro «1810», el historiador Felipe Pigna comparte una curiosa lista registrada en las actas de las deliberaciones del cabildo abierto, respecto a los gastos que tuvo el mismo. En total, se gastaron 521 pesos. Algunos de los productos consumidos fueron:
– 2 pesos en chocolate
– 13 libras de bizcocho
– 6 libras de velas
– 16 botellas de vino
– 73 pesos se pagaron al fondero por el «catering» de los días 23 y 25.
– 12 pesos en fletes y traslados
La primera película del 25
Con motivo de aproximarse el Centenario de 1910, el director Mario Gallo decidió filmar «La Revolución», la primera película argentina compuesta netamente de actores argentinos, que retrataría los sucesos de 1810, convirtiéndose en el primer material fílmico de la gesta patriótica. La cinta fue estrenada el 22 de mayo de 1909 en el teatro Ateneo de Buenos Aires. Tras un largo tiempo perdida, la película fue hallada en mal estado y restaurada. En su reparación, se pudieron ver detalles interesantes en el corto, como a los utileros que están «sosteniendo el cabildo» del viento.
(Mal humor de la Patrona)
Ya sabemos que no llovía y que tampoco había paraguas. Ese fue el primer secreto revelado, pero hay otros que quedan por descubrir. Gabriel Di Meglio, el director del Museo del Cabildo nos contó las clásicas anécdotas y derribó algunos mitos:
BUENOS AIRES DE ENTONCES
La reunión del Cabildo abierto fue en un balcón (¡con el frio que hacía!). Cuando se firmó el petitorio, a la madrugada, no quedaba nadie en la plaza. Los que llegaron, para el dibujo del manual, se enteraron por el boca a boca. Buenos Aires era una ciudad de no más de 50 mil habitantes. Todo pasaba alrededor de la plaza donde se concentraba la vida comercial.
LAS REVOLUCIONARIAS
«Las mujeres ocupaban un lugar subordinado en la sociedad, no tenían derechos políticos legales». Sin embargo, hubo mujeres valientes como Juana Azurduy que se pusieron al frente de la batalla. Aunque no participaban de las decisiones, algunas se convirtieron en opinólogas de la revolución.
LOS PRÓCERES QUE NO TIENEN NOMBRES
«Hay que recuperar a los que no son recordados en los libros de historia. Hay indicios de quiénes son y es interesante recordarlos. Muchos que se quedaron hasta altas horas de la madrugada para definir el futuro de la Argentina, otros dejaron la vida para luchar por la revolución», explica Di Meglio.
LOS PUNTEROS
De French y Berutti solo se recuerda que repartieron escarapelas. Pero hay otra cosa que define el rol de estos dos patriotas: para confeccionar el petitorio contra la corona de España, firmaron por ellos y por 600 más que no podían firmar.
UNO Y CIEN CABILDOS
Del primer Cabildo queda poco y nada, salvo el espíritu, que es emblemático. El edificio estuvo muy deteriorado durante décadas. Se demolió y se volvió a construir siguiendo rigurosamente el plano original pero mucho más chico. De su estructura original quedan la primera celda de la cárcel de la ciudad y la sala capitular donde se reunían los patriotas.
Más datos curiosos:
En 1810 éramos algo más de 400 mil habitantes en todo el país; y la actual Ciudad Autónoma de Buenos Aires, se había expandido hasta alcanzar los 6,15 kilómetros cuadrados: era habitada por unos 50.000 habitantes, de los cuales el 65% era blanco, el 30% negro y el 5% mestizo o indígena.
La falta de recolección de residuos, sumada a las aguas estancadas y los animales muertos era una de las causas de enfermedades de la época en una ciudad con apenas dos hospitales y 8 médicos. Las fiebres catarrales, la sífilis, la rabia, la tuberculosis y el tétano eran enfermedades habituales en la Buenos Aires colonial, que había sido víctima de tres epidemias históricas: en 1805 de viruela, de sarampión en 1809 y de disentería entre 1810 y 1812.
La vestimenta entre la clase alta era confeccionada con telas europeas mientras que la ropa más común entre las clases populares, el poncho o ruana provenía de telares artesanales que tejían la lana de guanaco y vicuña.
La gastronomía incluía comidas como puchero, carbonada, sopa de arroz, guiso, empanadas con carne o pichones; asado de vaca, locro, albóndigas, estofado y zapallitos rellenos. Muchas comidas llevaban carne ya que el ganado era cimarrón y tenía escaso costo o nulo. Los postres más habituales eran la mazamorra, arroz con leche, yema quemada, torrejas y pastelitos con dulce de membrillo o batata. Las comidas finalizaban con un caldo que se servía en tazas.
En cuanto a las costumbres, se puede mencionar que las mujeres asistían a misa acompañadas de sus esclavas, que llevaban la alfombra sobre la que se arrodillaba la señora, porque todavía no existían en las iglesias los bancos para sentarse.
La sesión del «Cabildo Abierto» costó 315 pesos, aunque otros dicen que la suma fue de $521. Con ese dinero se pagaron los 16 botellones de vino, más chocolate y bizcochos que los asistentes consumieron como refrigerio. Además se compraron velas e hilo para colgarlas. También se tuvo que imprimir invitaciones y carteles que se pegaron en las calles y hubo que pagar el servicio de mudanza. Como el Cabildo no tenía asientos suficientes para todos, se trajeron bancos de la Catedral y de las iglesias de la Merced, San Francisco y Santo Domingo.
El transporte más popular era el caballo y sólo los pudientes se movilizaban en carruaje, los hombres de sociedad que llegaban en carruajes tuvieron que pagar 18 pesos para que los cuidaran, una versión de antaño de los «trapitos cuida coches» modernos. Y como si esto fuera poco, con el primer grito de libertad también nació el primer «delivery» de nuestra historia, se pagó del erario público, y lo cobró el fondero Andrés Berdial, quien llevó comida a los capitulares que trabajaron hasta tarde. Fueron 73 pesos que se gastaron en este servicio de «catering».
No todo el mundo pudo concurrir al Cabildo Abierto. Los únicos autorizados además de los políticos y militares eran los vecinos casados, afincados y arraigados en Buenos Aires. En total se reunieron 224 personas.
Ese día no hubo escarapelas, ni paraguas, ni peinetones, ni sereno. La escarapela no llegó hasta el año 1812: aquél día hubo cintas. Con respecto a los peinetones, también llegaron mucho después, en 1828. Y sobre los paraguas, puede haber habido dos o tres solamente, porque se trataba de un bien de lujo para la época. El sereno, personaje tan popular en las representaciones populares –“las doce han dado y sereno”-, era quien anunciaba el tiempo, pero tampoco estuvo en 1810, sino que aparece en 1830.
El vocal Manuel Belgrano, que tenía 39 años en 1810, era abogado y había ingresado en 1807 en el Regimiento de Patricios con el rango de sargento mayor. Domingo French de 36 años, se había desempeñado como cartero antes de iniciar la carrera militar. La Primera Junta le otorgó el grado de coronel. El integrante más joven de la «Primera Junta» era Juan Larrea, quien tenía sólo 23 años en el momento de su formación. El integrante más viejo era Miguel de Azcuénaga, de 55 años. La edad promedio de todos los miembros, en 1810, era de 43 años.
Como el furor de ponerle nombre de un actor famoso o del personaje de una telenovela a un hijo; muchas familias criollas bautizaron a sus hijos con nombres alusivos a la Revolución de Mayo, por ejemplo, Primo, Patricio, Liberato, Patria.
Los agentes de Policía debían usar bigote y barba de manera obligatoria en Buenos Aires. Se supone que esto era para darle más aire de autoridad y de rudeza a los agentes del orden y al mismo tiempo servían como identificación cuando estos andaban de civil, sin uniforme.
El debate estuvo lejos de ser civilizado. Al que se le ocurría apoyar al Virrey, lo insultaban a gritos y hasta hubo casos en que algunos oradores poco convincentes fueron escupidos por los más exaltados; de hecho tanta pelea y tan fuertes eran los entredichos, que Alberti murió de un síncope cardíaco el 2 de febrero de 1811, durante una acalorada discusión.
Finalmente 155 cabildantes votaron por la renuncia de Cisneros, y 69 lo hicieron por el mantenimiento del virrey.
El 2 de junio de 1810 la primera junta fundó el periódico de la revolución de mayo, llamado «La Gazeta de Buenos Aires», mediante un decreto que establecía que «el pueblo tiene derecho a saber la conducta de sus representantes» y se publicó el primer ejemplar el 7 de junio: fue el precursor de lo que hoy en día se conoce con el nombre de Boletín Oficial de la República Argentina. Si bien su primera aparición fue semanal, con el correr de los años se transformó en una publicación diaria.
El primer gobierno patrio representaba a diferentes sectores de la sociedad. Saavedra y Azcuénaga eran militares. Moreno, Paso, Belgrano y Castelli, abogados. Belgrano, además, sumaba su destacada labor al frente del Consulado. Alberti era uno de los curas criollos a favor de la revolución. Matheu y Larrea eran comerciantes. Al principio “todo era armonía”, contó Belgrano en sus memorias sobre los primeros tiempos de la junta. Luego, con el andar, fueron apareciendo diferencias. Moreno enseguida se hizo líder y era el más decidido y duro a la hora de tomar medidas. Saavedra, en cambio, pedía moderación.
¿Quién heredó al virrey? Toda la junta, se suponía. Aunque Saavedra, como presidente, creyó que le correspondía a él solo recibir los mismos homenajes. Por eso disponía de palcos exclusivos en el teatro y la plaza de toros, lo que despertó recelos en el resto. El 5 de diciembre de 1810 los oficiales del Regimiento de Patricios organizaron una cena en su cuartel para celebrar el triunfo de Suipacha, ocurrido el 7 de noviembre de ese año. Para la ocasión invitaron especialmente a Saavedra, su jefe. En el momento del brindis, un oficial saludó a Saavedra como el “emperador de América” y colocó sobre su cabeza una corona de fantasía. Enterado del episodio, Moreno redactó un decreto por el que se recortaron las atribuciones al presidente de la Junta.
La mayoría de los integrantes de la Primera Junta murió en la absoluta pobreza e indigencia y hasta debieron hacerse colectas para poder pagar sus entierros.