Fabián es profesor de Matemática en un colegio secundario de prestigio de la ciudad de Buenos Aires. A mediados de noviembre tomó una prueba en 4° año. A poco de empezar a corregir unos 25 exámenes, leyó en uno: «81+2 ?=10 ?». Era un error que le causó sorpresa, porque solo un distraído podía confundir 81 con 8 ?; es decir, escribir un 1 en vez de la letra griega lambda ( ?). Lo que le llamó más la atención fue encontrar -poco después- el mismo error en otro examen. Eso hizo que pensara que los alumnos se habían copiado, pero se equivocaba. A la media hora, al comparar todas las pruebas, descubrió que 16 estudiantes eran los que habían cometido la misma falta. ¿Cómo no se había dado cuenta? La respuesta la tuvo rápido: cuando Fabián envió los 16 ceros al grupo, nadie preguntó nada ni se quejó. La anécdota es larga. Lo que interesa es que las respuestas, en pleno examen, llegaron al grupo de WhatsApp del curso desde el exterior del aula y que los estudiantes se «copiaron» sin reparar en que estaban escribiendo sandeces. Copiarse es una práctica tan vieja como la escuela, pero las «técnicas» para llevarla adelante evolucionan con la tecnología, y el celular es un instrumento «potente» en este sentido.
Entonces, ¿es positivo el uso del celular dentro de las aulas y la escuela? Las opiniones se dividen entre quienes apoyan su inclusión, como ocurre mayoritariamente con directivos, supervisores y especialistas en educación y TIC, y aquellos docentes que son renuentes o incluso se oponen a su sola presencia. Para Ana García Munitis, directora del Colegio Nacional de La Plata, «la tecnología llegó para quedarse. Incluso nuestros estudiantes con escasos recursos tienen buenos celulares que pueden ser una herramienta positiva en la escuela». García Munitis sostiene: «Tiene que haber pautas y generarse reglas precisas, tanto para los alumnos como para los docentes». La directora del nivel medio del Lenguas Vivas J. R. Fernández, profesora Paola Gioseffi, afirma: «Si el docente tiene claro hacia dónde se dirige con su planificación y puede leer la realidad del aula, logra apelar al uso del celular como uno más de los dispositivos que promuevan la adquisición de saberes de manera activa, participativa y hasta cuestionadora».
Para Carina Lión, doctora en Educación por la UBA y tecnóloga educativa, «seguir preguntándose por el uso de los celulares en la escuela es no tomar en cuenta que son objetos de la cultura y como tales no es posible dejarlos fuera de ella, sobre todo cuando los jóvenes los usan de forma permanente». Lión apunta: «El celular puede distraer si está en clase, pero también puede distraer si no está. El desafío es incluirlo, complejizando las propuestas que deben ser relevantes y significativas, y con soluciones que no estén a un clic de distancia».
Para Carina Lión, doctora en Educación por la UBA y tecnóloga educativa, «seguir preguntándose por el uso de los celulares en la escuela es no tomar en cuenta que son objetos de la cultura y como tales no es posible dejarlos fuera de ella, sobre todo cuando los jóvenes los usan de forma permanente». Lión apunta: «El celular puede distraer si está en clase, pero también puede distraer si no está. El desafío es incluirlo, complejizando las propuestas que deben ser relevantes y significativas, y con soluciones que no estén a un clic de distancia».
El ingeniero Aldo Guerra, director del Colegio Nacional de Monserrat, de Córdoba, plantea: «En general, el uso del celular no es tan valorado de forma positiva como sí lo son otros dispositivos electrónicos». Desde su punto de vista, «falta trabajar mucho más para incorporar el uso de la tecnología en la educación, y en particular con el celular». En esa sintonía el licenciado Jorge Molina, director de la Escuela Preuniversitaria Fray Mamerto Esquiú, de Catamarca, dice estar en total desacuerdo con que los alumnos accedan al celular en clase, ya que «se constituye como un gran distractor porque los estudiantes juegan, ingresan a redes sociales, envían mensajes e incluso se favorece el ciberbullying ; colabora con que se ignore al docente y se desatiendan las actividades pedagógicas». Sin embargo, considera: «Los celulares son un símbolo de esta época y pueden ser un excelente recurso académico siempre que se establezcan los espacios y momentos para su uso».
Pablo Pérez, docente de Matemática en escuelas del conurbano bonaerense, tiene experiencias bien diferentes: colegios en los cuales se permite el uso y otros en que se prohíbe. De su trabajo concluye: «Es mucho más efectivo el aprendizaje usando el celular que la explicación, ya que tienen las respuestas a las preguntas que ellos se hacen espontáneamente». Cree que es recomendable que el trabajo grupal se realice con un solo celular, ya que así pueden discutir qué hacer y analizarlo de forma conjunta. Por otra parte, para Lorena González, profesora de Lengua y Literatura en una escuela del conurbano, «el celular es un inconveniente en la clase cuando está por debajo del pupitre y hay que usar tiempo para llamarles la atención a los estudiantes». González sostiene: «La distracción no es un fenómeno nuevo debido a los celulares. El problema es cuando no hay límites en su uso. Ese límite para mí pasa porque el pibe se dé cuenta de que estoy o no se dé cuenta; de que yo sea invisible o no lo sea».
La prohibición del uso de los celulares en la escuela está presente en varios países; en muchos se estudia su regulación. Hace menos de 2 años, en Francia, Macron estableció una norma para estudiantes menores de 15 años, con el objetivo de disminuir la adicción digital. De acuerdo con su ministro de Educación, Jean-Michel Blanquer, está dando resultados. Pero en la mayoría de los países, a falta de normativa, muchas de las restricciones quedan en manos de las instituciones e, incluso, los docentes se guían por criterios personales. Este último es el caso de nuestro país, en el que gran parte de las jurisdicciones carecen de regulaciones y, si están establecidas, cambian con frecuencia sin que lleguen a consolidarse en el marco de la convivencia escolar. A menudo son las propias escuelas las que pueden definir el lugar que tiene el celular en las aulas, pero no lo hacen y eso sucede especialmente en las públicas de gestión estatal. La consecuencia inmediata es que los conflictos por su uso (inadecuado o no) se dirimen entre cada docente y el grupo de estudiantes. Como es de esperar, se plantea una disputa desigual que generalmente resulta en favor de los segundos, por cansancio o falta de apoyo institucional.
Es muy frecuente observar aulas cooptadas por las interferencias que provocan los celulares con el uso de sus cámaras de fotos y videos, los chats de WhatsApp y las interacciones en las redes sociales de YouTube, Instagram y Snapchat; las aplicaciones pedagógicas -múltiples y potencialmente interesantes- quedan en un listado acotado, incluidas en lo que se denomina «buenas prácticas». ¿Qué sería esperable a corto plazo para dar respuesta a los intereses y necesidades de todos los miembros de la comunidad educativa de una escuela: directivos, docentes, estudiantes y sus familias? Que el Consejo Federal de Educación discuta, acuerde y apruebe un documento base que oriente a todas las jurisdicciones para reglamentar el «buen uso de los celulares» en la escuela, otorgando a los equipos directivos y docentes herramientas claras para regular su presencia en las aulas. De lo contrario, seguiremos pregonando sin resultado que los docentes sean reconocidos socialmente, lo que no se alcanza solo aumentado los sueldos, sino también mejorando las condiciones en las que desarrolla su labor dentro del aula.
Educador y profesor de Matemáticas
(Rector del Colegio Nacional de Buenos Aires)