En los primeros años, en Argentina la Educación estuvo centrada en la escolaridad primaria a cargo de las órdenes religiosas –franciscanos, dominicos y más tarde, jesuitas– y basada en la evangelización, así como en el uso del idioma español con carácter obligatorio.
El primer maestro del que se tenga registro en todo el territorio nacional es el español Pedro de Vega en Santa Fe. En las actas capitulares del Cabildo de Santa Fe, conservadas en el Archivo General de la Provincia, quedó registrado el 13 de mayo de 1577, en el folio *I-1-1/F.13, lo siguiente:
Ante la rebelión de naturales y la marcha de muchos pobladores, el procurador solicita no se conceda licencia para ausentarse de la ciudad a ningún español, formulando la misma petición para Pedro de Vega, el único maestro existente en la ciudad. Luego a folio 13 v, dice: los cabildantes hacen lugar a la petición del procurador, solicitando al teniente de gobernador que niegue la licencia para salir de la ciudad a su vecino. Igual medida se solicita para el maestro Pedro Vega. El teniente de gobernador accede a la solicitud de no dar licencia para salir de la ciudad a persona alguna, disposición que incluye al maestro Pedro de Vega, bajo multa de 200 pesos castellanos. El día 21 de mayo de 1577 quedó asentado: Notificación del impedimento de salir de la ciudad bajo pena de 200 castellanos. Tal era la especial preocupación de los habitantes de la ciudad por el posible hecho de que sus hijos pudieran quedar privados de la educación que el maestro Pedro de Vega les impartía.
En 1585 los jesuitas llegaron a Santiago del Estero y en 1587 a Córdoba. En 1588 llegaron a Misiones los que posteriormente fundaron las Misiones jesuíticas guaraníes.
El 9 de enero de 1590, se registra en folios *I-1-1/I-F.103-I-1-1/I-F.103v del acta capitular del Cabildo de la Ciudad de Santa Fe, la siguiente donación:
Se hace donación al padre Armiño, de la compañía de Jesús, de dos solares pertenecientes a Diego Bañuelos, con la obligación de que levantaría iglesia y convento, designándose tasadores al regidor Simón Figueredo, en representación del cabildo, al factor Juan de Torres Pineda, por Su Majestad, y a Domingo Vizcaíno como administrador de Diego Bañuelos.
Durante la gobernación de Hernando Arias de Saavedra, llamado (Hernandarias), que en 1596 fue nombrado gobernador del Río de la Plata y del Paraguay, se establecieron las primeras escuelas no jesuíticas en el actual territorio argentino. En 1609 concurrían a estos establecimientos unos 150 alumnos. Hubo algunos intentos por parte del Estado de ampliar la educación pública, como por ejemplo, la obligación por parte de los Cabildos de proveer con fondos públicos, casas apropiadas a las escuelas y la admisión de un cierto número de alumnos, con certificado de pobreza expedido por el propio cabildo, a los que debía darse igual educación que a los demás. Se cobraban aranceles de un peso por mes para leer y dos pesos para leer, escribir y contar.
Mientras tanto, en Santa Fe, se construyó alrededor del año 1610 el Colegio de la Inmaculada Concepción, cuyo primer rector fue el sacerdote Francisco del Valle y que es considerado el primer Colegio del país. En Buenos Aires se fundó en 1661 el antecedente más remoto que se conozca del actual Colegio Nacional de Buenos Aires: el Colegio de la Compañía.
Ya habían pasado quince años desde que el conquistador Juan Torres de Vera y Aragón había fundado la ciudad a la que -sin modestia alguna- bautizó Vera de las Siete Corrientes, cuando otro adelantado, Diego Martínez de Irala, le propuso al Cabildo fundar una escuela. Así fue como en 1603 Corrientes se aventuró con la primer aula y designó al primer maestro sobre lo que después sería suelo argentino. Don Ambrosio de Acosta debió haber sentido un nudo en la garganta, cuando lo dignificaron con tan extraño honor. Es que de Acosta era criollo, nacido en Santa Fe, a diferencia de lo que ocurría con las pocas experiencias habidas en América hasta entonces. Todos los instructores eran españoles y religiosos. Pero además era laico. Aunque seguramente jamás se detuvo a reflexionar sobre el asunto, estaba inaugurando una tradición de casi 400 años de escuela pública laica.
El maestro Acosta tenía además un buen pasar económico gracias a haber estado más de una vez en el lugar apropiado. En 1580 había sido uno de los primeros pobladores de Buenos Aires al lado de Juan de Garay. Por eso recibió algunas tierras para explotar con cultivos de frutales. Ocho años más tarde también estuvo en la fundación de Corrientes con Torres de Vera -que acababa de salir de la cárcel por haberse casado sin permiso del rey con la hija de otro adelantado para poder heredarlo-. En esa oportunidad Acosta también recibió su terrenito pero también se benefició con una encomienda, es decir, la mano de obra indígena que necesitaba para el trabajo. Pero Ambrosio de Acosta contaba con un prestigio adicional: había sido educado en Asunción, lo que constituía un extraño privilegio en una sociedad eminentemente rural donde la cultura predominante era oral y demostraba poco interés por la cultura letrada. Con todos esos antecedentes lo nombraron en el cargo. Y aunque en un primer momento rechazó tal responsabilidad -una verdadera carga pública- finalmente aceptó. Muy poco más se sabe de Ambrosio. También se desempeñó como escribano público en Corrientes y regidor en el Cabildo. La falta de información se debe a que los documentos de la época son muy escuetos. Ni siquiera se conoce la cantidad de alumnos que tenía, ni el salón donde funcionaba la escuela, ni la frecuencia con que Acosta dictaba sus clases, explica el especialista en historia de la educación Rafael Gagliano. Es que las resoluciones del Cabildo vinculadas con temas de educación tenían una escasa relevancia frente a otras cuestiones imperiosas que tenían que ver con la supervivencia, como la seguridad y el abastecimiento de las ciudades, agrega el especialista. Lo que sí se conoce es que los estudiantes eran niños varones blancos, ya que no podían asistir a clases negros, indios, mestizos o mujeres, todos ellos considerados seres inferiores y que despertaban dudas acerca de su humanidad. Mucho menos existían los planes de estudio. Sólo se enseñaba a contar, leer y escribir. Otra de las características que señala Gagliano de aquellos primeros pasos de la instrucción es que si bien era pública no era gratuita. Cada uno de los rubros de la enseñanza tenía un arancel establecido. Y normalmente los docentes podían cobrar por cada una de las enseñanzas o por los logros obtenidos por los niños que instruían.
En el siglo XVII la enseñanza pasa a ser tarea de los religiosos y los conventos se transforman en escuelas. De ese modo: franciscanos, jesuitas, mercedarios y dominicanos por igual llevan adelante la tarea de mejorar la formación y el comportamiento de los ciudadanos (también conocida como tarea civilizadora).
Por ejemplo, a comienzos de ese siglo, por la enseñanza de lectura los padres tenían que pagarle al maestro 4 reales, y 6 por la escritura. En esa época el Cabildo de Buenos Aires autorizó a que se pagara tanto en metálico como con frutos de la tierra, es decir, harina, cueros, sebo, trigo o ganado. Y Buenos Aires también tuvo su primer maestro autorizado por el Cabildo. También laico y criollo como su par de Corrientes. Algunos historiadores señalan que Francisco de Vitoria dictó clases por primera vez en 1605. Aunque las coincidencias con Acosta terminan ahí porque, cuando le fue ofrecido ese puesto, Vitoria era un desocupado más. Como le ocurría a tantos otros en esa aldea que era Buenos Aires.
Francisco de Vitoria primer maestro argentino autorizado a ejercer la docencia por el Cabildo.
En un manuscrito que legó a la historia el doctor Saturnino Segurola, consta que el 1º de agosto de 1605 el ciudadano FRANCISCO VINIORA, pidió al Cabildo de Buenos Aires que se le admitiese como maestro de escuela y ofrecía enseñar a leer por un peso y a escribir y contar, por dos pesos. El historiador ZINNY asegura que dicho maestro, era en realidad FRANCISCO DE VICTORIA y que había presentado su ofrecimiento en 1601.
Tres años después, el 28 de julio de 1608, atento a no haber sufíciente número de niños para enseñar, VINIORA dejó de enseñar y el Cabildo nombró a un nuevo preceptor. Se llamaba Felipe Arias de Mansilla y se le asignó un sueldo de cuatro pesos y medio anuales, para que enseñase a leer y nueve pesos para enseñar a escribir.
Esa pequeña escuela fue el primer paso que se dio para instruír al pueblo, la primera chispa que debía convertirse en luz, con la presencia de los jesuitas, hasta que después de la expulsión que éstos sufrieron el 2 de julio de 1767, por iniciativa del virrey VÉRTIZ, se fundara la Universidad.
Biblioteca Nacional De Maestros De La República Argentina:
Es fundamental destacar que con Francisco de Vitoria, la historia de nuestra educación echó sus bases de cultura en el Río de la Plata, maestros como Vitoria, Sarmiento, Almafuerte, Pizzurno, Estrada, Mercante y Rosario Vera Peñaloza entre muchos otros, honran la tradición de la escuela argentina.
Fotografía: Año 1605, la Santísima trinidad y Puerto de Santa María de Buenos Aires, en la ciudad fundada por Garay, cuando Don Francisco Vitoria comenzó a dar clases, los vecinos no llegaban al centenar y trabajaban para su crecimiento.
En este contexto, el 1º de agosto de 1605, el pionero de la educación le ofrece al Cabildo sus servicios como maestro de las primeras letras. En su solicitud aclara que si le ofrecían casa y justa retribución se ocuparía de impartir a los niños los conocimientos básicos.
Don Francisco de Vitoria fijó sus aranceles de la siguiente forma:
«Un peso mensual por la enseñanza de la lectura y dos pesos por la de la escritura y cuentas».
Sus condiciones fueron aceptadas y así se convirtió en el primer maestro argentino de los niños que con el tiempo conformarían la culta y pujante ciudad de Buenos Aires.
En el siglo XVII la enseñanza pasa a ser tarea de los religiosos y los conventos se transforman en escuelas. De ese modo: franciscanos, jesuitas, mercedarios y dominicanos por igual llevan adelante la tarea de mejorar la formación y el comportamiento de los ciudadanos (también conocida como tarea civilizadora).
La historia muestra que la adjudicación mencionada al principio, sobre el título de “primer maestro argentino” no es tan simple.
Dado que se encontró el antecedente de Diego Rodríguez quien según, R. P. Guillermo Furlong, fue el primero en ejercer la docencia como se menciona en el folio del Archivo del Tribunal de Buenos Aires. Por lo cual podemos concluir que Francisco de Vitoria es el segundo maestro conocido y el primero anotado en las actas capitulares.
De este modo el tercer lugar, luego del debate anterior, es para Felipe Arias de Mansilla en 1608, quien antes de aceptar el cargo docente formuló algunas condiciones que el cuerpo capitular aceptó de inmediato. Testimonio que también se puede verificar en las páginas de Misteriosa Buenos Aires entre lo real y lo imaginario propuesto por Manuel Mujica Lainez.
Se encontró el antecedente de Diego Rodríguez quien según, Rvdo. Padre Guillermo Furlong (*), fue el primero en ejercer la docencia como se menciona en el folio del archivo del tribunal de Buenos Aires. Podemos concluir que Francisco de Vitoria es el segundo maestro conocido y el primero anotado en las actas capitulares.
(*)Guillermo Furlong Cardiff (Arroyo Seco, Provincia de Santa Fe, Argentina 1889 – Buenos Aires, Argentina 1974) fue un sacerdote jesuita e historiador argentino.